Habitando en mi “Yo creador”:
El trabajo psicofísico del actor
Cuando el actor se enfrenta a la creación de un personaje, se encuentra ante un ejercicio de suma creatividad en la que sin dejar de ser él, empieza a salir de sí mismo, para atreverse a pensar, sentir y actuar como un “otro”.
En este trabajo, es difícil no llevar cosas de uno mismo, pero el reto es aprender a superar esa tentación para así poder convertirse en un verdadero creador (un artista, no un imitador), que, como un lienzo en blanco, comience a expresar los sentimientos del personaje, a vivir en ellos, habitando en esos nuevos espacios, emociones y atmósferas que se han creado al dejarse invadir por lo ajeno.
Es justo aquí en donde está el verdadero trabajo del actor, y en donde podrá encontrar resultados mucho más creíbles y artísticos. Con docilidad, dejando que “algo” ocurra en su vida interna, el actor se encuentra con su “yo creador”, sin necesidad de comprometer su esencia vital.
La herramienta principal de la que dispone para esa creación es su imaginación.
Ejercitar nuestra imaginación permite actuaciones más honestas, vívidas y conectadas con el momento presente y con todo lo que nos rodea, con el fin último de expresar el contenido y mensaje de la obra dramática.
Esta flexibilidad se alcanza a través del entrenamiento y de la conciencia de que el teatro es lo que sucede entre todos lo que están implicados en el trabajo de creación, la energía que fluye entre todos los aspectos en el espacio escénico: el actor, los personajes, el espacio, la atmósfera… en definitiva la escena.
En este proceso creativo en el que tantos aspectos están implicados, el actor aprende a vivir dentro y fuera de sí mismo. Dentro, atento a todos los cambios internos que percibe en esa transformación. Fuera, para continuar dando la respuesta adecuada a lo que está aconteciendo a su alrededor, con el resto de sus compañeros o con el público asistente.
El acto teatral no es un mero acto de expresión más o menos verbal o corporal. Es un acto generoso de entrega al otro, de apertura al instante creativo, a lo que está ocurriendo en ese preciso momento, que puede ser eterno a pesar de lo efímero.
Los actores no han de der islas autosuficientes, puesto que el teatro, independientemente de su género, estilo o pretensiones, se trata de un hecho social del que todos los implicados forman parte y del que, de un modo u otro, se establecen conexiones que permiten tanto la creación, como su idónea recepción.
Cuando se llega a ese estado de concentración, resulta una experiencia única que te abre a la fuente creadora de inspiración y te sobredimensiona. Dejas de mirar a través de tu canuto estrecho, para poner foco a lo grande, para obtener una mirada periférica capaz de asumir el riesgo de mirar con los ojos del otro.
Es por ello que urge cada día más, desarrollar el trabajo psicofísico del actor que fomenta esta filosofía del salir de uno mismo, para encontrarse con uno mismo.